«Yo siento en mí un fuego que no puedo dejar de extinguir, que, al contrario, debo atizar, aunque no sepa hacia qué salida esto va a conducirme. No me asombraría que esta salida fuese sombría. Pero en ciertas situaciones vale más ser vencido que vencedor, por ejemplo, más bien Prometeo que Júpiter»
(Vincent van Gogh, Cartas a Theo).

«No puedes encontrar paz escapándole a la vida» (Virginia Woolf)

Foto: A. Villemur – Junio 2010


El proceso de tomar fotografías empieza en mi, en mi interior, en poder expresar a través del arte los misterios de mi alma, dibujarlos con luz. Ese fuego interno que es necesario que salga a la luz, porque no me pertenece. Soy una eterna buscadora del amor, de la verdad y de la luz, y de contar historias sobre ello, la mía por empezar, la que mejor puedo contar, quizás la única.

«La belleza perece en la vida, pero es inmortal en el arte»
(Leonardo da Vinci)

El resultado es lo menos relevante del proceso. La belleza es el proceso en sí mismo.

Ser fotógrafo es tener una mirada atenta, profunda, vigilante, escuchar con la mirada, estar en silencio, asombrarse con los pequeños detalles, contemplar, dejarse contemplar. Así como en la vida, podemos esperar momentos “extraordinarios” para contar la historia, pero mucho más encontraremos en esos pequeños momentos cotidianos, ordinarios, imperceptibles y olvidados muchas veces, que no son noticia, no salen en los diarios. Allí radica la Belleza.

«Conócete, acéptate, supérate»
(San Agustín)

Mi viaje en la fotografía ha sido un viaje hacia la profundidad de mi alma, un proceso de autoconocimiento necesario, encontrar las luces y las sombras, la alegría y sobre todo, el sufrimiento, mis virtudes y aún más mis defectos, encontrar el Amor y la Verdad, allí en el divino hueco del alma. La fotografía ha sido mi espejo más límpido, más cristalino, más transparente, para descubrirme a través de los años. En la fotografía, cuando se hace con el corazón, el corazón habla. Y la fotografía tiene ese poder de detener un instante en el tiempo, un instante que se puede volver a revivir, a analizar, a profundizar, con el paso del tiempo, y allí quedan plasmadas las historias que a veces, incluso, no reconocemos. El corazón habla, sin pedir permiso.

«El arte permite, al mismo tiempo, encontrarnos a nosotros mismos y perdernos»
(Thomas Merton)

Mi camino ha sido el de descender a lo más profundo de mi alma y desde allí resurgir cada vez con un nuevo impulso, desde las tinieblas hacia la luz. Una muerte, otra muerte y otra muerte. Un renacer cada vez. Y en todo ese movimiento, en todo momento, estaba el Señor, aunque su luz era tan cristalina que a veces mis ojos eran incapaces de reconocerlo en las profundidades, pero siempre supe que estaba a mi lado. Lo encontré en su Creación, en la luz, en la oscuridad y sobre todo, siempre en el silencio. Silencio que ha sido mi compañía desde mi niñez.

«Dios es el silencio en el que resuenan todas las cosas»
(San Juan de la Cruz)

El tiempo… El tiempo puede inquietarnos, confundirnos, desorientarnos; el tiempo nos hace recordar la sentencia que nos acompaña desde el comienzo: la muerte. Creemos ilusoriamente que caminamos en una secuencia lineal, que cada instante que vivimos fagocita al anterior, pero esa es sólo una forma de verlo. La fe ilumina nuestros ojos para ver. Santa Teresita decía que «la vida es un instante entre dos eternidades». El principio y el fin se arriman, se aproximan, se acercan, se tocan, se abrazan, se aman. Alfa y Omega. La eternidad no es simplemente lo que sigue a la muerte, es más que lo atemporal. El Eterno, Cristo, irrumpe en la historia.

El Misterio nos invita a descubrirlo: «Mira que estoy a la puerta llamando. Si uno escucha mi llamada y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo». (Apoc 3, 20). «El que coma de este Pan vivirá eternamente», dice el Señor. «”Vida eterna” no indica sólo una vida que dura para siempre, sino más bien una nueva calidad de existencia, plenamente inmersa en el amor de Dios, que libra del mal y de la muerte. (…) La eternidad ya puede estar presente en el centro de la vida terrena y temporal, cuando el alma, mediante la gracia, está unida a Dios, su fundamento último» nos enseña Benedicto XVI. El Eterno, Pan de Vida, se nos ofrece hoy. Para poder descubrir el Misterio hay una condición sine qua non: abandonarse en sus manos, las manos más seguras que existen, y confiar. «El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo: lo descubre un hombre, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, vende todas sus posesiones para comprar aquel campo». (Mt 13, 44)

«El desconocimiento propio genera soberbia; pero el desconocimiento de Dios genera desesperación»
(San Bernardo de Claraval)

Empecé este camino como un juego y ciertamente como una necesidad de mi alma, de poder expresar, entre la luz y la oscuridad, con esos contrastes tan fuertes que tanto me gustan, de alguna manera mis emociones, de una manera que no lastimara a los demás, sino que por el contrario, fuera una forma de contar mi historia, mi historia de Amor, y así poder ayudar a otros a poner un poco de luz en sus oscuridades. Nunca supe hacia qué salida esto me conduciría (y sigo sin saberlo).

Me he sorprendido en cada ocasión en que he sido reconocida, sin eso significar nada más que una confirmación de que aquí hay un camino, como hubiera dicho un profesor muy querido que ya ha sido llamado a la casa del Señor, “hay algo”. Y siempre pensé y pienso como van Gogh: “No me asombraría que esta salida fuese sombría. Pero en ciertas situaciones vale más ser vencido que vencedor…“.

Mi gratificación más grande hasta ahora han sido las lágrimas que he visto brotar en las personas al ver “El duelo”, el asombro ante una de las fotos de “Mágico” o ante los detalles de las venas de mis ojos en uno de mis autorretratos, las diversas interpretaciones que quienes han visto mis fotografías han podido hacer, entre otras cosas. Mi mayor asombro se produjo ante la mirada de otro. Mi mayor logro en este camino no ha sido mío, ha sido un don de Dios: esa posibilidad de que la sensibilidad que me ha regalado gratuitamente pueda ser percibida y pueda tocar un alma. Eso es invaluable y doy gracias a Dios por tan inmenso e inmerecido regalo, de ser testigo de su paso. Dios quiera que estas fotografías sigan siendo su instrumento inútil para tocar muchas almas, muchos corazones que tanto lo necesitan.

«El amor nunca terminará»
(Primera carta a los Corintios 13, 8)

Junio 2017

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